Habló Nahir Galarza desde la cárcel: «Si no estuviera acá, estaría en un lugar peor»

17/12/2018
La joven condenada por matar de dos balazos a Fernando Pastorizzo.

Nahir volvió a hablar desde la cárcel.

Sábado 8 de diciembre, 23 horas. En el penal de mujeres de Paraná, Entre Ríos, las guardias están relajadas. En el sector de celdas, algunas detenidas miran televisión, otras charlan. Unas pocas duermen. O tratan de hacerlo. Solo una escribe, rodeada de libros, un poema que por ahora no quiere mostrar a nadie.

Tacha palabras, reescribe, piensa, hace un bollo con el papel, lo tira en la basura, vuelve a otra página en blanco de su cuaderno Gloria tapa blanda. Acostada en su cama, llega a una frase que la convence:

«No se puede entender, es que
nunca fue imaginado»

Deja de escribir y lee La continuidad de los parques, un cuento de Julio Cortázar, uno de sus autores favoritos, y luego se queda dormida con el libro a un costado de la cama.

Al otro día, Nahir Galarza -la joven de 20 años condenada a perpetua por el crimen de Fernando Pastorizzo, asesinado el 29 de diciembre en Gualeguaychú- recibe la visita de sus padres y de Infobae.

—Anoche escribí un cuento, no quiero que lo lea nadie.

—¿Y para qué escribís si solo lo vas a leer vos? 

—Porque es mío, es como desnudarme, y me da vergüenza que lo lean —responde.

—Pero si el poema es bueno se va a publicar.

—Pero todo lo que haga yo, aunque sea bueno, van a decir que es malo, monstruoso, escrito por el diablo con forma de mujer.

Me sorprendía que Nahir tomara con tanto compromiso su vínculo con la escritura. Con el tiempo me enteraría de que escribe y lee desde chica. Desde que entrevisto a personas condenadas por robar o matar (desde el siniestro secuestrador Arquímedes Puccio al asesino Carlos Robledo Puch, pasando por los ladrones Gordo Valor o los del robo del siglo), mi premisa es no juzgarlas. Me interesa que puedan mostrarse tal cual son. El otro lado. El más íntimo.

No era la primera vez que me encontraba a Nahir Galarza. Podría decirse que el vínculo fue casual, aunque ella no cree en las casualidades.

Comenzó un día que le envié una carta para ver la posibilidad de entrevistarla. Ella no respondió. Pero el 25 de junio, antes de que declarara durante dos horas sobre la noche en que mató de dos balazos a Pastorizzo, miró a su madre –que estaba sentada delante mío–, le hizo una pregunta al oído y me miró.

Ese día, Nahir contó que no quiso matar a Fernando, que fue un accidente.

Los fiscales y los jueces no le creyeron y el 3 de julio fue condenada a perpetua. Primero estuvo detenida en la comisaría del Menor y la Mujer y luego la trasladaron en Paraná.

La cuestión es que supe lo que Nahir le había dicho a su madre mientras me miraba.

—Nahir quiere contarte un sueño que tuvo —me dijeron sus padres Marcelo Galarza y Yamina Kroh.

En agosto tuve mi primera visita con Nahir, en Gualeguaychú. Conocí su pequeña celda, algunas frases en inglés que no recuerdo y sus labios con rouge marcados en la pared. Descubrí que leía sobre numerología, astrología y sobre La interpretación de los sueños, el ensayo de Freud. Además estaba inmersa en El hombre y sus símbolos, de Carl Jung.

Ese día, mientras ella tomaba el tereré que le cebaba su madre, yo tomaba mate con su padre. Había facturas, pero ella no quería porque estaba a dieta. Ese día, me contó por qué me había mirado el día que declaró en el juicio:

—No estoy loca, he leído mucho sobre los sueños y hay un sustento científico.

—¿Qué soñaste?

—¿No te vas a reír?

—No, para nada. En muchas historias policiales escribí sobre los sueños. Muchos fueron reveladores.

—Bueno, a mí me suele pasar que sueño sin rostros. Sueño con mi mamá, con mi papá o con mi hermano y no les veo la cara pero sé que son ellos. Antes del juicio soñé que en la puerta de casa aparecía un hombre, y cuando me acercaba a hablar me di cuenta que no lo conocía. Era de rulos, usaba lentes, tenía barba rala. Sentía que esa persona podía ayudarme, o podía confiar en ella. Te miré en el juicio, justo me había llegado tu carta y me quedé impresionada. Eras igual al del sueño.

—¿Te volvió a pasar algo así?

—Sí. La otra vez soñé con un hombre canoso al que no conocía. Resultó ser, días después, el profesor de yoga del penal. Escribí un cuento sobre eso. A veces tengo el mismo sueño que mi mamá.

Ese día, Nahir me contó que tenía varios cuadernos escritos. Sobre las sensaciones de estar presa, sobre el dolor que arrastra desde hace tiempo, y me preguntó si podía verlos o corregirlos. Ella no pensaba publicarlos, pero quería saber si lo que escribía tenía un sentido o estaba bien.

A la semana siguiente, me hizo llegar una carta que decía:

Rodolfo:

Si algún día te dan ganas de viajar cuatro horas hacia una comisaría de otra provincia para visitar a alguien en una celda de 4 x 5 para estar la mitad de horas que tardas durante el viaje de ida (y vuelta), me gustaría hacerte algunas preguntas, ya sabés que sos el único periodista con el que he hablado. Gracias por los libros que me trajiste, que no recuerdo si te lo dije; voy leyendo un poco de cada uno porque me dan intriga. No te quiero comprometer así que decidí lo que te parezca; besos. Nahir Galarza.

La volví a ver un mes después. Pero casi no pude hacerle preguntas. Ella me las hizo a mí.

—¿Vos creés que soy una psicópata asesina?

—No.

—¿No pensás que soy como Robledo Puch, al que entrevistaste?

—No, para nada. ¿Qué sabés de Robledo Puch?

—Leí su historia, me gustaría ver la película. Sé que era un chico lindo que mataba por la espalda o mientras dormían. Y que está preso hace 46 años. ¿Por qué creés que el caso tuvo tanta repercusión en los medios?

—No lo sé. O quizá sí lo sé pero no me gustan las teorías.

—¿Cómo te enteraste vos?

—Estaba en Mar del Plata, descansando, y vi la noticia en los portales de noticias. Aparecían fotos tuyas, en la playa, en una pileta, de fiesta.

—¿Y qué decían los títulos?

—Un joven fue asesinado por su novia por la espalda.

Nahir se quedó callada. Por esos días tenía ataques de pánico, estaba medicada y se refugiaba en la visita de sus padres, que nunca dejaron de ir a verla.

Durante dos meses seguimos en contacto. Hablábamos por teléfono, ella me contaba que seguía escribiendo y que había comenzado un taller de poesía en la cárcel. Debía escribir un poema sobre el río que ya no podía ver. Habló de Juan L. Ortiz, de Juan José Saer y de otros poetas y escritores que le escribieron al río.

El domingo me reencontré con ella. No iba a ser una visita más: Nahir había aceptado ser entrevistada. La Justicia autorizó la nota, aunque no permitió que la fotografiara. La charla fue en una pequeña sala del penal de Paraná. Nahir vestía un jean, una remera rosa manga corta y zapatillas.

—¿En este penal de Paraná te sentís más cómoda que en la comisaría de Gualeguaychú?

—Acá estoy mucho mejor que en Gualeguaychú, porque allá estaba sola, todo el día encerrada, no salía ni cinco minutos al patio. Lo único que tenía eran libros, porque no tenía nada para entretenerme, no me dejaban tener nada. Ni televisor ni radio ni música ni compañeras tampoco. Acá es otra cosa porque desde que llegué el trato es diferente. Allá en la comisaría antes de venir para Paraná ni siquiera me dejaron comer, me venía a las cuatro de la mañana para acá y a las ocho ya me habían sacado todas mis cosas, el colchón, todo. Me quedé parada desde las ocho de la noche hasta las cuatro de la madrugada, que me vinieron a buscar. En cambio, acá llegué y mientras me tomaban los datos les conté de la situación que pasó en la comisaría y me sirvieron el desayuno a medida que me hacían todo el trámite. Acá es mejor porque tengo compañeras, alguien con quien hablar, hay un poco de libertad y tenemos más actividades y cosas. Eso es importante para evitar los malos pensamientos.

—¿Qué tipo de pensamientos?

—Creo que la parte más difícil ya la pasé en la comisaría, donde estaba sola. Al no tener nadie con quien hablar, nada para hacer, ocupaba mi tiempo pensando. En realidad los primeros dos meses, enero y febrero, directamente no pensaba, no sentía nada. Seguía en shock, no caía en la realidad. Después lo pude hacer cuando empecé a tener una contención psicológica, me fue a ver una psicóloga y ahí sí fue como que después de unos días de terapia caí en la realidad. Se me vino todo el mundo abajo de repente, volver a revivir todo, y pensar todo lo que me había pasado, no solamente en ese momento y en ese día, sino anteriormente. Los años anteriores; porque esto no viene de ese año o ese día, viene de años anteriores desde mucho tiempo. Creo que la peor parte ya la pasé, porque estaba sola y no tenía a nadie, solo a mí misma, así que cambié mucho en mi forma de ser, mis pensamientos, creo que estar solo te cambia, no tenés a nadie más que a vos mismo, y me tenía…creo que no me quedaba otra que revivir todo y… (hace una pausa, piensa) ahora, por ejemplo, al tener compañeras es distinto, vos por ejemplo podés hablar con alguien y dar opinión o consejos, charlar de cualquier cosa, no necesariamente del por qué estás acá, es más, tratamos de evitar hablar de las causas por las que estamos.

—Hablás de «ese momento» y de «ese día». ¿Tratás de borrar de tu cabeza lo que pasó el 29 de diciembre de 2017?

—(Tiene los ojos llorosos) Siempre voy a llevar el dolor toda mi vida. Me siento mal porque ese día que busco olvidar terminó muriendo una persona joven. Ese peso lo llevaré toda mi vida. Yo hice el duelo que tenía que hacer. Reviví todo, con todo me refiero del hecho para atrás y hasta ese día, lo que me acordaba, porque sinceramente había cosas que no me acuerdo. Declaré en el juicio porque lo tenía que hacer, dar una explicación, me pareció que tenía que desprenderme de todo eso. Además de asimilar todo lo que me estaba pasando ese día, que lo tuve que contar en el juicio, fue muy difícil. Los nervios de tener a la prensa detrás mío, gente desconocida que fue a presenciar el juicio, jueces, fiscales, abogados. Fue muy difícil porque no soy de contar mis cosas, no me gusta contar nada sobre mí en realidad, hacerlo delante de todos además de lo difícil y feo que fue lo que viví y pasó. Cuando terminé de declarar salí y fui a ver a mis padres, lloré lo que tenía que llorar y ya está, dije, nunca más me quiero acordar esto, y me desprendí, no quiero volver al pasado. No quiero estancarme ni quedarme en ese día horrible. Todo lo que debía decir de ese día lo dije en el juicio. No quiero volver a hablar de este tema, además no quiero ser malinterpretada. Ya fui juzgada y condenada.

En el juicio, Nahir declaró durante dos horas, la mayor parte del tiempo entre lágrimas:

«En un momento, cuando él empezó a manejar la moto con las dos manos, solamente le saqué el arma, y cuando se da cuenta, frena la moto. Y cuando la frena es donde de repente me quedé aturdida y nos caímos los dos para el costado. Me alcancé a levantar y fue enseguida que quedé otra vez aturdida. Fueron dos segundos nada más. No sé cómo describirlo. Se me puso la mente en blanco, no sabía qué hacer. Tenía la mente como apagada. Estaba desesperada y nerviosa. No sé cómo explicarlo, ojalá pudiera cómo hacerlo».

También declaró que sufría violencia de género por parte de Fernando, que él esa noche le había apuntado con el arma y la había amenazado. Luego dijo que después de los disparos (hechos con el arma reglamentaria 9 milímetros de su padre policía), «no sabía qué hacer». «No podía quedarme pero tampoco irme. Se me había apagado la mente. Me fui a mi casa, entré en mi habitación y no sabía qué hacer. Sabía que Fernando había recibido un disparo, pero del otro disparo no sabía. Estar herido no significa que te vas a morir. No se me cruzó por la cabeza que Fernando se iba a morir. Fue un accidente, por más cosas que me hubiera hecho nunca le hubiese causado daño. Nunca se me cruzó ni se me cruzará por la cabeza matar a alguien. En serio, no quería que pasara lo qué pasó. Pensaba en mi papá y no quería que lo culparan porque era su arma. Todos los días tengo la culpa de haber agarrado el arma en ese momento y no haber dejado que las cosas pasaran de otra forma. Estaba desesperada».

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