En el libro, que se presentó esta semana, diez autores rescatan rincones de la provincia que sirven de escenario a sus relatos.
Ana Wajszczuk cuenta su historia en nuestra ciudad.
¿Adonde ocurren los relatos, las novelas, los cuentos? El gobierno de la provincia de Buenos Aires quiere llevar literatura para sus molinos y por eso invitó a diez autores a crear en algún punto de su extensa geografía. Entre otros, respondieron a la convocatoria Jorge Fernández Díaz, Fabián Casas, Sylvia Iparraguirre y Fernanda García Lao. Diez lugares contados se presentó este martes… en la ciudad de Buenos Aires.
Fue el enorme poeta austro-húngaro Rainer María Rilke quien dijo que “la infancia es la verdadera patria del hombre”. Pero una patria a la que nadie tiene permitido volver. Quizás sea por eso que los lugares donde ella transcurre cobran una relevancia contundente hasta convertirse, casi siempre, en “nuestro lugar en el mundo”.
Así, Carlos Balmaceda elige a su Mar del Plata natal para escribir Ecos de los jardines de Babel, que es algo así como la génesis imaginaria (o no, ¿cómo saberlo?) de dos cuentos de Borges: El jardín de los senderos que se bifurcan y La biblioteca de Babel. Una posible y deliciosa historia de cómo nacieron esos cuentos. Lo deslumbrante del relato es que transmite, con verosimilitud, la atmósfera literaria de aquellos años en que Borges se reunía con su amigo Bioy Casares y las hermanas Ocampo en la residencia marplatense de Victoria. Tanto que resulta absolutamente creíble.
Marcelo Birmajer, en cambio, centra su historia en la localidad de Carlos Casares, considerada por el turismo como “cuna de gauchos judíos”. “Mi cuento, Speak idish, va directamente a Shakespeare y a la primer compañía que hace Shakespeare en Idish –aunque sospecho que el dato es falso, es parte del cuento”-, explica Birmajer. “Sucede que un delegado del Barón Hirsch, el filántropo que creó la colonia judía en Carlos Casares, se lo prohíbe porque quiere interpretar, nada menos, que a El Mercader de Venecia”.
Fabián Casas, poeta del barrio capitalino de Boedo, sitúa su relato en Duggan, donde visita al también poeta Darío Rojo, con quien fundó la revista de poesía 18 whiskys, junto a otros colegas de su generación. “Duggan queda al lado de San Antonio de Areco, un lugar donde la gente se viste de gaucho… fue, en un principio, un campo de irlandeses…”, escribe en Una visita a Duggan, donde da cuenta de las bondades de la vida de campo en comparación con la locura de las grandes ciudades.
La historia de Jorge Fernández Díaz transcurre en Béccar. Bueno, para ser más exactos, transcurre, mayormente, en los vagones y en los andenes del tren Mitre, en sus trayectos desde la zona Norte hacia la capital y, en parte, en la casa del tío Francisco, en Béccar. Nace de la experiencia casi “gótica”, según las propias palabras del autor, que tuvo en un período de su vida en el que viajaba todos los días en ese tren y se inspira en una anécdota que le contó un amigo: el hombre recoge, en la Panamericana, a una mujer cargada con bolsos y niños y la conduce hasta un lugar inespecífico. La mujer habla poco castellano y el hombre, durante todo el trayecto, va pensando que podría tratarse de una mula que lleva droga, o de una trampa para robarle o de cualquier otra clase de ilícito. Hasta aquí, la anécdota a partir de la cual Fernández Díaz construye la ficción: “Es un cuento un tanto truculento, que yo quiero mucho, de todas maneras, que se llama Los Tres propósitos”, define. En el texto, esos tres propósitos se deslizan casi como única pista que cierra la trama: “Plan de inseminación”, “adopciones programadas”, “exorcismo fallido”.
En Prohibido entender este momento, la mendocina Fernanda García Lao, que vivió desde los diez años en Madrid, decidió escribir sobre una disputa familiar en torno a quién se queda con la biblioteca y esto pasa en Carmen de Patagones, la ciudad más austral de la provincia de Buenos Aires, que está dividida de Viedma por el Río Negro. “No conozco Carmen de Patagones. La elegí porque me encanta el nombre y porque me pareció insólito que la separara un río de otra ciudad y que esa otra ciudad ya fuera otra provincia. Yo trabajo mucho con el desprejuicio de la imaginación y ya que hay un río que la separa, imaginé dos facciones de una familia peleadas por una biblioteca y lo que eso implica, como herencia y como linaje”, explica la escritora.
Sylvia Iparraguirre, por el contrario, conoce bien Los Toldos. Es el escenario donde transcurre su cuento Un día de abril. Cuenta una historia muy tierna inspirada en personajes de su vida real, con una abuela muy querible y muy valiente, que toma una decisión que rompe con todos los prejuicios. “Tenía un cuento a medio hacer que ocurría en Los Toldos, entonces, cayó perfecto. Pero ese es el motivo inmediato. El motivo más profundo es que, realmente, Los Toldos, para mí, es el lugar de mi infancia… la primera escena de mi novela como lectora es la biblioteca de la casa de mi abuela, en Los Toldos”, explica la autora.
No era gran cosa lo que pasaba, la historia de Natalia Moret, se desarrolla en Vicente López pero tiene lugar, en realidad, en el mundo subjetivo de una mujer como cualquier otra. Relata, sobre todo, la experiencia psíquica de la protagonista, a partir de hechos de la realidad. Como un diario íntimo pero contado en tercera persona.
En Los trabajos de Dora (De Chascomús a Quilmes), Miguel Russo dice de su propio relato que es “una barbaridad” y que, aunque –de hecho- nunca fue a Chascomús, ya no podrá “volver”. El antólogo del libro, Guillermo Pintos, describe al cuento de Russo como “un viaje por la ruta 2 hacia las aventuras de un grupo de atorrantes que buscan saldar una vieja deuda y, así, redimidos, vivir el instante de gloria futbolera tantas veces demorado por esas cosas de las brujas”.
La casa era un teatro. Diccionario onírico de unos paseos por la Villa Ocampo en San Isidro, de Cecilia Szperling, como su título lo indica, está escrito en forma de diccionario que explica, sobre todo, las motivaciones psicológicas de los personajes. Empieza por la protagonista, Victoria Ocampo: “La niña querrá ser actriz. Se lo prohíben. Luego la casa de San Isidro, la villa, los salones, los jardines, serán el teatro. Actriz: El trauma de la prohibición. La escritora quería ser actriz. Padre y madre se lo prohíben. La casa será el teatro. Será escenario. La niña que quería ser actriz, será escritora, ese será su papel”.
Por último, Miro por la ventanilla del Dodge Polara, de Ana Wajszczuk, transcurre en Balcarce. “Escribo no ficción, me apoyo en la realidad para poder escribir y pensé, enseguida, en Balcarce porque pasé muchos días y noches allí en mi infancia, visitando amigos de mis papás y siempre me quedó como un lugar un poco mítico. Me basé en algunos recuerdos, totalmente deformados, de esos viajes en el Dodge Polara que, cuando era chica, me parecían eternos. Escribí todo lo que se imaginaba esa niña sobre ese lugar dorado que era Balcarce”, explica la autora.
Diez lugares contados II se presentó este martes en la librería El Ateneo Grand Splendid. Con la antología a cargo de Guillermo Pintos, se edita bajo el sello de Editorial Planeta, en el marco del programa “Leer hace bien”, que lleva adelante el Ministerio de Gestión Cultural de la provincia de Buenos Aires. La primera edición del año 2017, reunió cuentos de Marcos Almada, Gabriela Cabezón Cámara, Florencia Canale, Federico Jeanmarie, Patricio Eleisegui, Guillermo Martinez, Sergio Olguín, Leonardo Oyola, Bibiana Ricciardi y Alejandra Zina.