En el ’78 le ofrecieron un auto a cambio de la entrada para la final

11/06/2018

Conocé la historia de Fernando Mendoza, a quien en la previa de Argentina – Holanda le hicieron esta insólita propuesta.

Fernando Mendoza junto a la entrada del Mundial del ’78.

Rápido como Fangio, Fernando Mendoza compró las entradas para el Mundial del ’78 en forma anticipada. Aprovechó un plan de ahorro del Banco Nación y fue uno de los primeros hinchas en obtener lugar para los partidos de la Selección en la cancha de River. Jamás imaginó que eso iba a ponerlo ante el momento más crucial de su vida.

Fue el abonado 537 y tenía derecho a ver 10 partidos, según decía un voucher impreso por la empresa Ciccone. Se había asegurado acompañar al equipo de Menotti en los tres partidos de la rueda de clasificación, ver equipos varios en la segunda ronda y presenciar la final.

Les avisó a sus compañeros de tercer año de Ciencias Económicas de La Plata que en junio no iba a leer ni un solo apunte de Finanzas o Derecho Comercial. Su carrera iba a estar “cerrada por fútbol”, como diría Eduardo Galeano.

Su cábala venía con mayonesa: un sánguche de milanga preparado por Nora (su novia platense de aquellos años) cada mañana en que jugaba Argentina. Una manzana roja, una campera verde y un gorrito de Argentina completaban el ritual.

Fernando tenía todo planificado, hasta los mejores horarios del tren Roca. Y las cosas le salían a la perfección. Bertoni, su ídolo en Independiente, hizo el gol que dio vuelta el partido contra Hungría. Y la victoria sobre Francia encendieron su ilusión.

Pero para el partido con Italia le regaló la entrada a su hermano Gerardo, que estaba en la colimba y se apareció en River con el uniforme de conscripto. Pero Argentina ese día perdió y el equipo tuvo que enfilar hacia Rosario.

Las entradas de Fernando sólo servían para partidos en Buenos Aires, así que fue a pispear cómo jugaban Holanda y a España. Y a la Selección pudo seguirla por la pantalla gigante del cine Sarmiento, mediante el sistema “GranTVColor”.

El triunfo sobre Polonia en Rosario hacía factible el regreso de Kempes y compañía a Buenos Aires. Pero el empate con Brasil, que ya le había hecho tres a Perú e iba a hacerle otros tres a los polacos, obligaba a la Argentina a ganar por goleada a los peruanos. Y eso sucedió.

Y fue entonces cuando Fernando, a cuatro días de la final del mundo, se enfrentó al dilema más grande de su vida. Su entrada Popular Este, número 740296, identificada para ese partido como “Tribuna 4”, valía oro, alhajas, brillantes. Y también valía, en la desesperación de un vecino, un auto.

Uno de los hinchas más fieles de la Selección era tentado con otra manzana, la de un hermoso Fitito, cromado, lustroso, una joya de colección. Fernando no lo podía creer. Justo a él, tan meticuloso en los preparativos, en tener su parrilla más prolija que los autos de Fangio, lo venían a desacomodar con una jugada intempestiva. ¿Qué contestaría? ¿Qué haría cualquier ser humano ante una propuesta tan seductora?

Lo pensó, ¿eh? Pensó en Bertoni, en el Negro Galván, en el esfuerzo que le había costado llegar hasta allí, en lo difícil que era el partido con Holanda.

Y es por eso que cada vez que saborea un sánguche de milanesa y está por empezar un Mundial se ríe. Y se acuerda del gol de Bertoni que lo dejó ronco, más que los dos de Kempes, debajo del tablero electrónico donde al rato alguien escribió “Argentina Campeón”.

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